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viernes, 14 de diciembre de 2012

No nos conformemos: una llamada al optimismo



Los asistentes al pasado Congreso Nacional del Medio Ambiente (Conama) tuvimos la oportunidad de escuchar a ponentes que estuvieron presentes en la última Conferencia de las Naciones Unidas sobre el desarrollo sostenible (Río + 20). En la sesión, dedicada a la búsqueda de una nueva economía que tenga en cuenta la variable ambiental en la toma de decisiones (economía verde), se resaltaron las dificultades para llegar a acuerdos, motivadas muchas veces por la falta de voluntad política pero también enraizadas en unos argumentos que se repiten en todos los niveles de la sociedad, que sin embargo no se corresponden necesariamente con la realidad y nos predisponen a asumir una visión muy pesimista del mundo y los problemas que se nos presentan.

El principal obstáculo en la Cumbre de Río + 20 lo constituyeron las reticencias de los propios países participantes, tanto desarrollados como en vías de desarrollo, aunque por motivos distintos. Mientras que los países desarrollados perciben que los esfuerzos que han llevado a cabo en los últimos 20 años han supuesto una incomodidad pero han logrado escasos resultados, los países en vías de desarrollo no están interesados en realizar sacrificios que limiten su crecimiento económico.

Resulta llamativa la cantidad de veces que se presentó una oposición entre estos conceptos. Se habló de punto de vista ambiental frente a punto de vista del desarrollo, reducción de impactos ambientales frente a crecimiento económico, las leyes del mercado frente a las leyes de la naturaleza, o el derecho al trabajo frente a la preservación del medio ambiente. Incluso se ha planteado el “decrecimiento sostenible” como única solución para evitar agotar los recursos y permitir la supervivencia de la humanidad.

No es una visión nueva. Este antagonismo ha calado tan hondo que es común comentar lo desafortunado que es que para lograr una mejora de la calidad ambiental haya que renunciar al bienestar, las comodidades o la calidad de vida. Me recuerda a la escena del documental Una verdad incómoda en la que, en tono jocoso, Al Gore presenta una imagen de una balanza, con el planeta Tierra en un platillo y los frívolos dólares en el otro. Estas reflexiones se han repetido tantas veces que creo que lo damos por sentado, sin pararnos a reflexionar que sobre ello. ¿Son completamente incompatibles el desarrollo y la protección medioambiental?

Mi opinión es que no; sencillamente, aún no hemos avanzado lo suficiente. Como sociedad, tal como se propuso en las sesión de financiación de la recogida de residuos, tenemos que buscar un modelo eficiente, priorizando lo que realmente nos podamos permitir, sin conformarnos con un sistema de suma cero, en el que para ganar algo tengamos que perderlo por otra parte.

La búsqueda de la eficiencia se puede aplicar a cualquier ámbito, y está en las manos de cualquier ciudadano contribuir a ello: por ejemplo, consumir un mismo producto tendrá un impacto y un coste mucho menor si ha sido producido en nuestro ámbito local que si procede del otro lado del mundo. (Un apunte: la iniciativa para etiquetar los productos en función de su huella de carbono, que favorecería el consumo de productos locales, ha quedado en segundo lugar en la Bolsa de Ideas Verdes del Conama. La lista se elaboró con los votos de los asistentes.)

Otro punto a considerar es el progreso tecnológico. No creo que el “precio del progreso” sea contribuir a un mundo cada vez más deteriorado. Es una visión derrotista, o tal vez pretenciosa, pensar que lo que tenemos es lo mejor a lo que podemos aspirar, que el sistema no puede mejorarse. Pienso que aún nos queda mucho progreso que alcanzar y que éste conllevará unos procesos productivos no sólo más eficientes, sino también menos contaminantes. Ya hemos cambiado mucho desde los primeros momentos de la industrialización, y todavía queda un buen camino que recorrer.

Según los estudios realizados por el Programa de las Naciones Unidas para el Medo Ambiente (UNEP), una economía verde no supone necesariamente una disminución del crecimiento económico o una pérdida de empleos, y puede superar a largo plazo a una economía tradicional. Para este grupo, la disyuntiva entre el progreso económico y la sostenibilidad ambiental no es más que un mito[i]. En Europa encontramos algunos de los países más desarrollados del mundo, y es donde se está haciendo un mayor esfuerzo por desarrollar normativa protectora del medio ambiente. En cuanto a los países en vías de desarrollo, no se puede negar su derecho a crecer económicamente, pero pueden guiarse por las experiencias, tanto positivas como negativas, que otros países ya han disfrutado o padecido en las últimas décadas.

Durante la sesión sobre valorización energética se mostró cómo se ha reducido notablemente la huella contaminante de las incineradoras mediante la imposición de límites de emisión más restrictivos y las mejoras tecnológicas. La idea de que un mayor desarrollo contribuirá a una disminución de la contaminación y un uso más racional de los residuos no parece tan descabellada. Por supuesto, para llegar a este punto se requerirán importantes inversiones en I+D, pero ésa es otra cuestión.

En esa misma sesión se defendió que, para lograr una auténtica sostenibilidad y dar una respuesta a los problemas comunes de todos los países (incluidas la preservación del medio ambiente y la erradicación de la pobreza), no se puede elegir entre lo ambiental, lo económico o lo social y descartar el resto. De ser así, sólo estaríamos conformándonos con aceptar el mal menor.

El lema de Conama 2012 ha sido “Reinventémonos”. Propongo que, para reinventar la sociedad y el modo en que perseguimos nuestras metas, empecemos reinventando nuestra forma de pensar y arrinconemos las ideas preconcebidas que nos impiden avanzar. 

Autor: Miguel Pérez Rodríguez
Máster en Gestión Sostenible de los Residuos - UPM





[i] UNEP, 2011, Towards a Green Economy: Pathways to Sustainable Development and Poverty Eradication - A Synthesis for Policy Makers, www.unep.org/greeneconomy