La pregunta sobre la utilidad del reciclaje tiene más de una respuesta. Nos enseñan desde pequeñitos que el reciclaje es un procedimiento que se fundamenta en la idea de sostener el mundo en el que vivimos, de hacerlo más habitable, más limpio y más agradable. De comprometernos con las generaciones futuras a que puedan disfrutar aquello que nosotros comenzamos vagamente a olvidar. Nos hablan de responsabilidad, de convivencia y de respeto. El problema viene cuando no queremos renunciar a la parte de beneficio que conlleva todo sacrificio. A todos nos llega un día en el que nos damos cuenta de que la manta no es tan larga; o nos tapamos la cabeza o calentamos los pies. Y en todo este relato del reciclaje, aunque pueda parecer tópico, lejano y hasta frívolo –la confluencia de problemas humanitarios resulta apabullante –, los pies son el tercer mundo. Esos pies son los que aguantan sin rechistar y a duras penas el peso del resto del cuerpo. Ese mundo es ese escenario escondido que soporta el residuo inservible de los países ricos a costa de su futuro y dignidad.
El mundo moderno se rige por la impersonalidad, las prisas y la novedad continua. Y en el espejo del consumo, no hay ejemplo más claro de estos principios que la tecnología que marca nuestra era. Nos inundan productos tecnológicos tan virgueros como desechables, tan imprescindibles hoy como reemplazables mañana. Y por lo general, marcados -del modo más perjudicial- por su fin, aquel que pone en serio peligro la vida humana en regiones enteras del planeta. Según la ONU, en el mundo se generan en torno a 55 millones de toneladas de residuos electrónicos. En 1992 entró en vigor el Convenio Internacional de Basilea, según el cual se prohíbe expresamente la exportación de residuos electrónicos a países en vías de desarrollo. La realidad nos dice que el 75% del total ‘se extravía’ del circuito oficial y que Estados Unidos -responsable del 17% del residuo electrónico mundial- fue el único país occidental que no firmó el convenio.
Los principales sumideros de residuos eléctricos y electrónicos (RAEE) son países como China, India, Pakistán, Indonesia o Ghana –curiosamente, el estado que menos residuo genera en el mundo-. En este último caso, la situación resulta significativa en lugares como Agbogbloshie. Se trata de un barrio marginal de Accra donde la llegada de este tipo de productos ha activado desde hace años la presencia de mafias en forma de empresas falsas de reciclaje, tiendas de segunda mano y delitos públicos de explotación infantil. En uno de los entornos más deprimentes de África, la lucha por la supervivencia se identifica con el olor a metal quemado que los niños deben testear antes de intentar colocar en el mercado. El río Densu se ha convertido en un fétido recuerdo de lo que fue mientras no deja de llegar mercancía procedente del primer mundo ante la ineficacia de los controles aduaneros y la perplejidad de las organizaciones humanitarias.
José Manuel Portas Rodríguez
Agbogbloshie |
El mundo moderno se rige por la impersonalidad, las prisas y la novedad continua. Y en el espejo del consumo, no hay ejemplo más claro de estos principios que la tecnología que marca nuestra era. Nos inundan productos tecnológicos tan virgueros como desechables, tan imprescindibles hoy como reemplazables mañana. Y por lo general, marcados -del modo más perjudicial- por su fin, aquel que pone en serio peligro la vida humana en regiones enteras del planeta. Según la ONU, en el mundo se generan en torno a 55 millones de toneladas de residuos electrónicos. En 1992 entró en vigor el Convenio Internacional de Basilea, según el cual se prohíbe expresamente la exportación de residuos electrónicos a países en vías de desarrollo. La realidad nos dice que el 75% del total ‘se extravía’ del circuito oficial y que Estados Unidos -responsable del 17% del residuo electrónico mundial- fue el único país occidental que no firmó el convenio.
Los principales sumideros de residuos eléctricos y electrónicos (RAEE) son países como China, India, Pakistán, Indonesia o Ghana –curiosamente, el estado que menos residuo genera en el mundo-. En este último caso, la situación resulta significativa en lugares como Agbogbloshie. Se trata de un barrio marginal de Accra donde la llegada de este tipo de productos ha activado desde hace años la presencia de mafias en forma de empresas falsas de reciclaje, tiendas de segunda mano y delitos públicos de explotación infantil. En uno de los entornos más deprimentes de África, la lucha por la supervivencia se identifica con el olor a metal quemado que los niños deben testear antes de intentar colocar en el mercado. El río Densu se ha convertido en un fétido recuerdo de lo que fue mientras no deja de llegar mercancía procedente del primer mundo ante la ineficacia de los controles aduaneros y la perplejidad de las organizaciones humanitarias.
Agbogbloshie |
La realidad de China permanece en un peldaño todavía inexplorado por el resto. Es mundialmente conocida la problemática de la ciudad de Guiyu, un poblado cercano al Pacífico donde, se calcula que, el 70% de sus 150.000 habitantes se dedica al ‘negocio’ del reciclado de residuos electrónicos. Lo hacen sin ningún tipo de control, con un coste diez veces inferior al establecido en Europa o Estados Unidos e hipotecando la salud de la población más indefensa. A las imágenes de ríos pestilentes, incendios diarios y redes de explotación, se añaden aquí las de padres manipulando residuos peligrosos con un bebé en brazos o adolescentes trabajando a jornada completa y en contacto habitual con químicos altamente nocivos. En el interior de los aparatos electrónicos (la gran mayoría son inservibles) se buscan pequeñas trazas de cobre, acero o hierro, los metales más valorados. Pero sin duda la amenaza más peligrosa es el plomo. Los niños de Guiyu sufren la mayor concentración de dioxinas cancerígenas del mundo, así como altísimas tasas de enfermedades respiratorias y cutáneas. En los hospitales de la zona reconocen estar a la cabeza del continente en enfermedades congénitas, abortos y nacimientos con deformaciones. La situación en Guiyu no tiene visos de mejorar al haberse incrementado en los últimos años la producción tecnológica en toda China (en 2017 superará a Estados Unidos).
Del panorama apocalíptico pintado en el agujero negro chino a la meditada acción legal europea. Hace unos meses se aprobó en España el Real Decreto sobre Reciclado de Aparatos Eléctricos y Electrónicos (RAEE) que traspone la directiva europea 2012/19 sobre esta misma materia. Esta normativa pretende clarificar los puntos y procedimientos de recogida así como las obligaciones de cada uno de los agentes del proceso. El RD aprobado prevé objetivos específicos para promover la reutilización de estos aparatos así como la gestión de los residuos por parte de las grandes superficies. Del mismo modo, se quiere garantizar el derecho a entregar un residuo electrónico al vendedor de Internet del mismo modo que a las tiendas físicas. La mejora del control por parte de la Administración a través de diferentes Oficinas de Asignación, el establecimiento de objetivos a nivel autonómico y la concesión a las propias Comunidades de otorgar licencias de construcción para las plantas que traten este tipo de residuos se cuentan también entre las medidas tomadas en el RD.
Ante lo dramático de la situación, no podemos más que informarnos sobre el procedimiento a seguir con este tipo de residuos y los derechos y deberes de consumidores y productores y, en consecuencia, divulgarlo con el énfasis acorde a la gravedad del asunto. Ya no se trata de mejorar tasas de reciclado o ni siquiera de maquillar las ansias de la sociedad actual. Se trata de terminar con una de las lacras más escondidas de la era moderna. El objetivo debería ser considerar como habitantes de este planeta lo que no llegamos a considerar como ciudadanos de un país. Y es que a estas alturas, deberíamos incluir sin dudarlo ni un segundo la palabra ‘humanidad’ en el diccionario del reciclaje.
Guiyu |
Del panorama apocalíptico pintado en el agujero negro chino a la meditada acción legal europea. Hace unos meses se aprobó en España el Real Decreto sobre Reciclado de Aparatos Eléctricos y Electrónicos (RAEE) que traspone la directiva europea 2012/19 sobre esta misma materia. Esta normativa pretende clarificar los puntos y procedimientos de recogida así como las obligaciones de cada uno de los agentes del proceso. El RD aprobado prevé objetivos específicos para promover la reutilización de estos aparatos así como la gestión de los residuos por parte de las grandes superficies. Del mismo modo, se quiere garantizar el derecho a entregar un residuo electrónico al vendedor de Internet del mismo modo que a las tiendas físicas. La mejora del control por parte de la Administración a través de diferentes Oficinas de Asignación, el establecimiento de objetivos a nivel autonómico y la concesión a las propias Comunidades de otorgar licencias de construcción para las plantas que traten este tipo de residuos se cuentan también entre las medidas tomadas en el RD.
Ante lo dramático de la situación, no podemos más que informarnos sobre el procedimiento a seguir con este tipo de residuos y los derechos y deberes de consumidores y productores y, en consecuencia, divulgarlo con el énfasis acorde a la gravedad del asunto. Ya no se trata de mejorar tasas de reciclado o ni siquiera de maquillar las ansias de la sociedad actual. Se trata de terminar con una de las lacras más escondidas de la era moderna. El objetivo debería ser considerar como habitantes de este planeta lo que no llegamos a considerar como ciudadanos de un país. Y es que a estas alturas, deberíamos incluir sin dudarlo ni un segundo la palabra ‘humanidad’ en el diccionario del reciclaje.
Técnico de Residuos
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