El 10 de julio de 2017
aterrizaba en Ciudad de Guatemala, un lugar totalmente desconocido para mí y,
por las referencias que tenía hasta el momento, quizás demasiado peligroso.
Esta sensación de miedo no duró ni una semana, rápidamente conocí gente
realmente interesante y comencé a disfrutar de las maravillas del país.
Diez horas más tarde de
aterrizar me encuentro en la Oficina Técnica de Cooperación, donde me detallan
en qué consistiría mi trabajo: mejora en la gestión de residuos sólidos
hospitalarios. Si ya llevaba conmigo las inseguridades típicas de una persona
sin experiencia que acaba de salir de la Universidad, vamos a sumarle que los
residuos hospitalarios no los había visto en la vida, pero ya puestos a asumir
retos, ¿por qué no?
Con mi jefa presentándome como la
“experta” en la materia me empapé de la normativa del país y mantuve reuniones
con personas realmente especialistas que se dedicaban a la gestión de residuos
hospitalarios (instituciones públicas, empresas, ONGs…), y a quienes no me
quedó preguntas que hacer.
Una vez me creí segura para
poder sacar el proyecto adelante empiezo con el trabajo de campo, donde me doy
cuenta de que si sigo con mi forma europea de buscar soluciones el proyecto sería
inviable. Y es que la vida real no siempre es como viene en los apuntes o en
los libros de texto, es necesario plantear alternativas viables en función del
lugar en el que te encuentres.
Ni que decir tiene que esta
experiencia me ha enriquecido tanto a nivel profesional, como a nivel personal,
donde además he desarrollado mucho la empatía con el fin comprender mejor a las
personas y el mundo que nos rodea.
Paralelamente he tenido la oportunidad
de conocer gran parte de Guatemala, un país con una identidad cultural que no
se encuentra en cualquier sitio y que, sumado a su diversidad de ecosistemas,
hace que te enamores de cada rincón que vas descubriendo.
Gracias a la UPM, Cátedra
Ecoembes y AECID por esta oportunidad.