La pregunta sobre la utilidad del reciclaje tiene más de una respuesta. Nos enseñan desde pequeñitos que
el reciclaje es un procedimiento que se fundamenta en la idea de sostener el mundo en el que vivimos, de hacerlo más habitable, más limpio y más agradable. De comprometernos con las generaciones futuras a que puedan disfrutar aquello que nosotros comenzamos vagamente a olvidar. Nos hablan de responsabilidad, de convivencia y de respeto.
El problema viene cuando no queremos renunciar a la parte de beneficio que conlleva todo sacrificio. A todos nos llega un día en el que nos damos cuenta de que la manta no es tan larga; o nos tapamos la cabeza o calentamos los pies. Y en todo este relato del reciclaje, aunque pueda parecer tópico, lejano y hasta frívolo –la confluencia de problemas humanitarios resulta apabullante –, los pies son el tercer mundo. Esos pies son los que aguantan sin rechistar y a duras penas el peso del resto del cuerpo. Ese mundo es ese
escenario escondido que soporta el residuo inservible de los países ricos a costa de su futuro y dignidad.
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