Un gesto tan sencillo como tirar una lata
al contenedor amarillo, multiplicado por el número de personas
concienciadas con el reciclaje, es lo que ha colocado a España 19 puntos
por encima de los objetivos establecidos por la Unión Europea en esta
materia.
En 2014, la tasa de reciclaje de envases domésticos se elevó hasta el 73,7%,
una cifra dos puntos porcentuales por encima de los resultados del año
anterior, y que no ha dejado de crecer desde 1998, cuando España apostó
por el modelo integrado de gestión de este tipo de residuos.
Así
todo, en los últimos años se ha generado una importante controversia
alrededor de la posible implantación de un sistema de reciclado de
envases de un solo uso conocido como sistema de depósito, devolución y
retorno de envases o SDDR, que recuerda a ese
método aplicado en España en los años 80 de ‘devolver el casco’.
El casco era como se llamaba a la botella o el tarro de yogur vacío que
se volvía a llevar a la tienda para que lo lavaran y lo volvieran a
llenar. La devolución del casco era lógica teniendo en cuenta que no se
habían desarrollado aún sistemas de distribución eficaces, y buena parte
de los productos se fabricaban y comercializaban a nivel local. Medio
siglo después, y aunque con una cultura del reciclaje mucho más sólida,
quienes defienden el SDDR mantienen que la fórmula más eficaz para
reciclar es que
cada consumidor pague un depósito, a modo de fianza, que le sería devuelto a la hora de retornar el envase.
Lo
que plantea el SDDR es que, al comprar una determinada bebida en un
supermercado o en una tienda, además del precio de la bebida, el cliente
debe abonar una cantidad adicional: el depósito. Esta especie de fianza
funciona en
Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia y Alemania, y de forma más o menos parcial en Holanda (solo para botellas PET), en Estonia y en Lituania.
Pero, ¿qué son exactamente los sistemas SDDR? Para comprenderlo,
Miguel Aballe,
director de la Asociación de Latas y Bebidas, propone un pequeño
ejercicio: «Vete a una media o gran superficie. Observa los productos y
cómo están envasados. Empieza por lo que no es alimentación, sigue por
alimentos sólidos −incluyendo los congelados y precocinados−, continúa
por los productos cremosos y deja para el final los líquidos de
alimentación. Encontrarás vinos, licores, cavas, leche, aceites, caldos,
salsas, aguas, zumos, cervezas y refrescos.
El SDDR se aplica solamente a una élite de productos: zumos, agua, refrescos y cervezas».
«En
algunos países donde está en vigor el SDDR –continúa− ni siquiera
incluye a todos ellos ni a todos los formatos de envases en que se
presentan esos productos. Tampoco se aplica a envases domésticos de gran
tamaño (como las garrafas de cinco litros, tan comunes en nuestro país)
o muy pequeños». Esa es la principal diferencia que establece entre el
SDDR y el SIG. Que el segundo no discrimina los envases:
independientemente de su formato, tamaño o material con el que estén
elaborados, se recogen, tratan y procesan. Por poner un ejemplo, el SDDR
incluye latas de bebidas pero no latas de aceitunas. «Es un sistema
pensado para los mismos que lo crean.
Quieren envases fáciles de aplastar, limpios y qué más valgan como materia prima».
¿Envases de élite?
En este sentido,
algunas cifras resultan engañosas.
«Uno de los argumentos más típicos a la hora de defender los sistemas
de devolución y retorno es decir que la tasa de reciclaje asciende a un
98%. Claro, pero ese 98% es el porcentaje de aquellos envases que
recogen, que no superan el 30%. Por eso no puede compararse con la tasa
de reciclaje derivada de los sistemas integrados de gestión. A través de
Ecoembes se recicla un 73,7% de los envases, pero incluye una variedad
de envases mucho mayor; no discrimina», sostiene Aballe, que denomina a
los envases gestionados por los SDDR «envases de élite».
En su
opinión, este sistema «no tiene más remedio que funcionar en paralelo a
los SIG. «No lo puede sustituir». Algo que también comparte
Julio Barea,
portavoz de Greenpeace: «La Ley de envases del 98 planteaba los dos
sistemas: el SDDR y el SIG. El segundo no se ha implementado, pero
ambos deberían de ser compatibles,
y el SDDR podría ampliarse a otros residuos como los electrodomésticos o
las pilas». «No tenemos declarada ninguna guerra contra los SIG, solo
pretendemos que las cosas avancen», aclara.
«Gran parte de los 50
millones de envases de bebidas que se venden al día en España (18 mil
millones al año) no vuelven a donde tienen que volver. Por eso
hay que fomentar la reutilización.
En Alemania las botellas de PET se utilizan entre 25 y 50 veces»,
explica Barea. «Cualquier envase tiene un valor. ¿Qué hacer con el
abandono de residuos en campos y playas, por ejemplo?», se pregunta.
Según un estudio del Gremi de la Recuperació de Catalunya, casi medio
millón de toneladas de envases de bebidas acaban cada año enterrados en
vertederos o quemados en incineradoras, materiales que, si se
recuperasen, podrían reciclarse por valor de 100 millones de euros al
año.
Pero
para Aballe, la solución no pasa por el SDDR. «Con un sistema SDDR, el
ciudadano tendría que almacenar en su casa los envases vacíos sin
poderlos plegar, aplastar o deteriorar bajo pena de perder la fianza, y
los comercios tendrían que convertirse en recolectores de residuos, con las complicaciones añadidas, tanto técnicas como económicas, de tener productos y residuos bajo un mismo techo».
Preguntado
por los sistemas de gestión de residuos empleados en otros países
vecinos, Aballe se afirma que las circunstancias de cada país son muy
distintas. «Cuando analizo el caso europeo, distingo por una parte
Alemania y por otra los países nórdicos. Cada país tiene una cultura de
reciclaje distinta.
No puede hablarse de un sistema, sino de muchos sistemas».
«Generalmente, en los países donde está implantado el SDDR, los
supermercados ya tienen máquinas específicas para recogerlos. Lo metes y
la máquina, que te da un ticket: 5 latas, 1 euro. Con ese ticket vas a
la caja y normalmente te descuentas de la siguiente compra». Pero las
máquinas a las que se refiere Aballe rondan entre los 20.000 y los
30.000 euros, sin olvidar el espacio de uso que requieren. Y en España
habría que instalar nada menos que 30.000.
«Ese sistema tiene un
coste global. Además de las máquinas y el espacio que ahora se dedica a
la venta y que se tendría que destinar a ellas, se necesita un centro de
recuento de envases. Se estima que implantar un SDDR en España costaría
alrededor de
1.000 millones de euros al año. Y teniendo en cuenta el número de envases que entrarían en ese sistema −16.000 millones−, el
coste unitario por envase sería de 6 céntimos. Y eso es mucho dinero», advierte.
Por Marta H. Vázquez
Tomado de Ethic: la vanguardia de la sostenibilidad
Más información en ethic.es
http://ethic.es/2016/03/la-guerra-de-los-envases/