Una investigación realizada
por científicos de la Universidad de Edimburgo revela que la leche
desperdiciada en los hogares de su país (en un gesto tan sencillo como verter
los restos del desayuno) genera cada año una huella de carbono equivalente a
100.000 toneladas de CO2, las emisiones anuales de 20.000 coches.
La leche no es una sustancia
contaminante, por lo que la elevada huella de carbono que genera su desperdicio
no se deriva de su composición, sino de los recursos naturales que se han
utilizado en las explotaciones ganaderas para producirla y luego tirarla. Según
ha informado el diario ABC, la investigación realizada por la Universidad de
Edimburgo ha revelado que la cantidad de leche desperdiciada asciende a las
360.000 toneladas anuales.
La utilización de recursos
naturales para producir alimentos que después no son consumidos tiene un grave
impacto medioambiental. Reducir la cantidad de comida que se compra para evitar
malgastarla es, según los investigadores escoceses, un gesto que podría
disminuir de manera significativa las emisiones a la atmósfera. Aunque buscar
nuevas formas de producción más eficientes para la industria alimentaria
también contribuiría a la reducción del impacto medioambiental de la misma, no
desperdiciar alimentos es una solución que podría aplicarse a efectos
inmediatos.
Producción cárnica, elemento contaminante.
La producción de carne y otros
productos de origen animal como los huevos o la leche envían a la atmósfera
mayor cantidad de gases de efecto invernadero que los vegetales, ya que se
cultivan grandes cantidades de cereales para alimentar al ganado. Según informa
ABC, si la cantidad de pollo que se consume en los países desarrollados se
redujera a la mitad, los efectos para el medio ambiente serían los mismos que
retirar 10 millones de automóviles de las carreteras.
El responsable del estudio, David
Reay, de la Escuela de Geociencias de la Universidad de Edimburgo, ha declarado
que “comer menos carne y desperdiciar menos alimentos puede jugar un papel
importante en ayudar a evitar el crecimiento de las emisiones de gases de
efecto invernadero a medida que aumenta la población mundial”. Las cifras de su
investigación son claras: si el consumo de pollo cayera de los 26 kg anuales a
la media japonesa de 12 kg, las emisiones mundiales de los gases producidos por
las granjas avícolas caerían, reduciendo la producción mundial de óxido nitroso
en un 20%.
Sin embargo, no se prevé una
reducción de la demanda de carne ni de alimentos en general. Al contrario, se
espera que el consumo de carne y alimentos crezca paralelamente a la población
mundial.
Fuente: CompromisoRSE.com
(15/05/2012)